lunes, 27 de julio de 2009

Mi nieto y yo

Este fin de semana, cuando pensé que ser papá me emocionaba, descubrí que ser abuelo me emociona más.

Muchos dirán, aún no tienes la vaca y ya estás vendiendo los quesos (osease: no mames, ni hijos tienes y ya piensas en abuelear)

Pero, ser papá pone de nervios a cualquiera. Gastos, responsabilidades, buenos ejemplos, educación, formación…

Sin embargo, ser abuelo será la onda. De inicio ya está educado o mal educado el chamaco, así que sólo puedo echarlo a perder y no será mi responsabilidad, sino de sus padres.

Le podré enseñar groserías y albures baratos, señas obscenas y a hacerle calzón chino a sus papás.

Me lo podré llevar al parque o a la plaza a seguir los pasos de su abuelo raboverde y le enseñaré a tomar cerveza y a eructar, para que a su madre le dé el infarto.

Bueno, ahí nos leemos cuando seamos raboverdes y olamos agrio. Los dejo con uno de mis ejemplos a seguir, Carl Fredrickson



2 comentarios:

Edgar D. Heredia Sánchez dijo...

DE MEMORIA / La Gloria

Por

Sealtiel Alatriste
(11-Abr-2009).-
11 de abril de 2009: Como cada once años, el sábado de la Semana Santa coincide con esta fecha.

Para Natalia que hoy cumple once años.

Yo desconocía esta regla de la Semana Santa que me fue revelada por mi nieta Natalia. Es muy posible, sin embargo, que no responda a ninguna regla en sí, sino que, como al día de hoy han pasado once años de su nacimiento -el Sábado de Gloria de 1998-, ella crea que cada once años se repetirá esta circunstancia. En cualquier caso no importa, pues desde aquel día gozo de su presencia, y a punto de escribir esta crónica he recordado la mañana en que me llamaron a mi casa de Valle de Bravo para anunciarme que ella estaba por nacer. Nos levantamos a toda prisa y partimos hacia la Ciudad de México. Le habíamos preguntado al ginecólogo si podíamos irnos sin preocuparnos del parto, y él nos dijo que sin ningún problema, que la niña nacería hasta dos o tres semanas después. Pero como ni los toros ni las mujeres tienen palabra de honor (así reza el refrán), Natalia se adelantó y nació aquel sábado venturoso.

La experiencia de ser abuelo es totalmente distinta a la de ser padre. Los hijos lo llenan a uno tanto de felicidad como de responsabilidad, son una especie de extensión de uno mismo con los que se tiene una relación intensa que no está exenta de problemas. Los hijos se convierten, desde el primer momento, en la relación más importante de la vida porque son la vida de uno. Con el tiempo tendrán la suya propia, reclamarán que es su vida y no la nuestra la que importa, y abandonarán la relación filial, la dependencia, para convertirse en seres autónomos, cercanos, íntimamente cercanos, pero nos habrán dejado para hacerse con su libertad e identidad plena. Unos lo hacen en la adolescencia, otros en la madurez, pero eso no cambia el cariño, la cercanía, la confianza que desde un principio se establece entre ellos y sus padres.

Pero resulta que un día, ese hijo que es parte de uno, al que uno siente de su propia sangre (aunque la expresión resulte cursi), tiene un hijo, una hija, y uno se convierte en abuelo. No sé cómo describirla, pero lo más cercano sería decir que es una experiencia del tercer grado. Con ese recién nacido uno tiene una relación amorosa, pero con él se adquiere una responsabilidad distinta, que quizá sea más lúdica, más juguetona. En la relación de padres e hijos hay algo incendiario, algo que quema, algo en lo que el cariño mutuo se inmola, y hablo lo mismo como hijo que como padre. Es una relación con el magma propio de la existencia. Con los nietos esta calidad incendiaria no existe, y el cariño es más terso. No lo sé de cierto, pero me parece que es un cariño exento de confrontación.

Cuando aquel Sábado de Gloria nació Natalia, supe lo que era ser abuelo, y me acordé de la multitud de Semanas Santas que había pasado con mi abuela Lucrecia. Fue a ella a la que le preguntamos (estaba con mis amigos, Gustavo Castillo y Mario Talavera) por qué se llamaba así, de Gloria, a esa festividad sabatina, y ella nos contestó que porque en la noche, el Señor, o sea Dios Padre, abría su Gloria para que Jesucristo resucitara y pudiera ascender a los cielos. Los tres niños nos la quedamos viendo como si nos hubiera dado una explicación la mar de transparente. Ella nos miró muy confiada, y se retiró a seguir tejiendo (era una tejedora compulsiva que hacía de tres a cinco mantelitos por semana, por no hablar de chambritas que a veces le daba por tejer para cuando tuviera que hacer algún regalo).

Edgar D. Heredia Sánchez dijo...

Esa explicación bastó para que pidiéramos permiso para dormir en el patio y ver el momento exacto en el que la Gloria se abría en el cielo. Sacamos un colchón, dos cobertores, un almohadón, y nos acostamos cara al cielo muy seriecitos. Transcurrieron dos, tres, cuatro horas, pero no pasó nada. Cansados y medio muertos de frío, cada uno regresó a dormir a su casa. Al otro día, sin habernos puesto de acuerdo, cada uno por su parte contó la forma en que la Gloria se había abierto en el cielo llenándonos de gracia.

Hubo de pasar la vida entera para que un sábado, igual a aquel de mi infancia, sintiera que la Gloria del Señor se abría de nuevo con el nacimiento de mi nieta Natalia.

salatriste@terra.es